Asilah tiene ese embrujo indescriptible y caótico de las medinas alocadas y, además, el mar.
Un cóctel que funciona de lujo donde merece la pena perderse en dos
direcciones, bien bordeando el mar siguiendo el rastro de sus
disuasorias murallas o bien renunciando a cualquier GPS por las
finísimas calles de su casco histórico flanqueadas por casas coloridas.
Así se llega a sus poderosas puertas como la de Bab Homar o la del Mar y
también a palacios rehabilitados para la causa cultural como El Rasuini
o la torre portuguesa.
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