Esta ciudad santa está acostumbrada a recibir visitas. Desde su
fundación, su principal reclamo fue el santuario de la dinastía Idris,
primeros colonizadores musulmanes de Marruecos. Pero al margen de esta
mezquita (cerrada para aquel que no sea musulmán), Moulay es toda una belleza gracias a las callejuelas que pueblan el monte Zerhoun
y que hacen del paseo toda una experiencia ratonera en la que se
descubren vistas, tiendecitas de colores y monumentos sorprendentes como
el minarete redondo, un ejemplar único en el mundo musulmán. Y para el
que se canse de su ajetreo siempre le quedará Volubilis, el yacimiento romano mejor conservado del norte de África.
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